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lunes, 15 de julio de 2013

¿El mundo se va a acabar? Cuatro amenazas para el fin del mundo

¿El mundo se va a acabar? Cuatro amenazas para el fin del mundo

Cuando Dios abrió el primer sello, apareció un caballo blanco y el que lo montaba partió como vencedor y para vencer; al abrir el segundo sello, apareció un caballo de color rojo fuego y al que lo montaba se le ordenó que desterrara la paz de la tierra; cuando abrió el tercer sello, el caballo era negro y el que lo montaba tenía una balanza en la mano. Al abrir el cuarto sello, se presentó un caballo verdoso y a quien lo montaba lo llamaron Muerte


Casi dos mil años han transcurrido desde que Juan reveló así el principio del fin del mundo, un Apocalipsis bíblico repleto de símbolos que hoy en día se siguen interpretando. ¿Qué sucesos infaustos e impredecibles amenazan hoy el orden regular de la Humanidad? ¿Lanzará el Sol una iracunda llamarada sobre la Tierra desprotegida? ¿Incendiará su núcleo hasta hacerlo estallar? ¿Provendrá el exterminio de un enemigo diminuto?

Cuatro nuevos jinetes del Apocalipsis podrían ser liberados y con voz de trueno decir “¡Ven!”, haciendo que se cumplan las famosas profecías mayas.


Peligro: tsunami solar.

Una tormenta de radiación podría golpear la Tierra y desencadenar una catástrofe en el suministro de energía y las telecomunicaciones.

Las manchas solares son signo inequívoco de un aumento en la actividad magnética del Sol. Y cuando el Sol despierta, los problemas empiezan a multiplicarse. Los científicos de la NASA han advertido sobre la posibilidad de que en los próximos dos años nuestra estrella se enfade y escupa hacia la Tierra 10 mil millones de toneladas de plasma que viajarían por el espacio a la vertiginosa velocidad de más de 2 mil kilómetros por segundo. En tres días y medio, la nube de gas ionizado, también
conocida como gran eyección de masa coronal (CME), llegaría a la Tierra y provocaría una tormenta geomagnética que alteraría los campos eléctricos y sembraría caos.

La única gran tormenta de estas características registrada hasta el momento sucedió en 1859. Dejó buena cuenta de ello el astrónomo Richard Carrington, y por eso se conoce con el sobrenombre de Evento Carrington. La electricidad inducida por el fenómeno era tan intensa en el ambiente que generó auroras boreales en todo el planeta; en cuestión de telecomunicaciones, las líneas de telégrafos, el medio más avanzado de la época, enloquecieron enviando señales equivocadas.


Algo parecido sucedió en 1989 en la ciudad canadiense de Quebec, después de que los científicos detectaron manchas solares que habían crecido desproporcionadamente. Se sucedieron destellos y se detectaron 36 CME, y como consecuencia se produjo una repentina sobrecarga que colapso la red de suministro de energía. Seis millones de personas se quedaron sin electricidad durante horas. “Las brújulas se desviaron varios grados, muchos satélites perdieron altura (hasta 800 metros) y un satélite militar no pudo compensar el efecto y empezó a dar volteretas”, explica Philip Plait, autor del libro Death from the skies (La muerte llega desde el cielo).

En la actualidad, la cantidad de ondas de radio que llegarían a la Tierra sería tal que los radares quedarían inutilizados, y la radio de onda corta dejaría de funcionar por las alteraciones que sufriría la ionosfera. Un informe de la NASA incluso señala que la CME podría ser tan potente que provocaría una tormenta geomagnética que dejaría sin suministro eléctrico a todo Estados Unidos. ¿Realmente hay de qué preocuparse?

Rastrear el origen.

Las manchas solares son zonas más frías de la superficie del Sol, o fotosfera. Esta se encuentra a 6 mil grados centígrados, y las manchas, a varios centenares de grados menos. Son resultado de las tensiones del campo magnético en el interior de la estrella, cuyo núcleo alcanza los 15 millones de grados centígrados. En la parte más exterior hay una zona llamada de convección, que rota a velocidad distinta de la del resto del interior solar. Esta diferencia en la velocidad de rotación genera las mencionadas tensiones en el campo magnético. Este fenómeno se denomina dinamo.

A medida que pasa el tiempo, las turbulencias van en aumento, y las manchas solares se multiplican y lanzan llamaradas de intensidad variable. Así, hasta que el Sol alcanza su máxima actividad. Entonces las fulguraciones y las eyecciones de masa coronal son cada vez más intensas. Es el momento de máximo peligro ya que es cuando hay más posibilidades de que una CME provoque grandes desperfectos en la superficie de nuestro planeta.

“Se produce cuando el campo magnético del gas ionizado expelido por el Sol, que se acerca hacia la Tierra a unos 2 mil 500 kilómetros por segundo, viene alineado con el campo magnético de la Tierra y con el polo opuesto”, explica Luis Sánchez, coordinador de datos científicos de la misión Soho de la Agencia Espacial Europea (ESA). Normalmente, estas ráfagas solares no llegan en esa posición. Sería mucha casualidad, pero es posible. “Cuando el campo magnético proveniente del Sol no está alineado con el de la Tierra, chocan como dos pompas de jabón”, ilustra con esta analogía el experto. “El campo magnético de la Tierra nos protege de estos eventos. Sin él, nuestro planeta sería un lugar yermo golpeado por rayos cósmicos”.

El Sol comenzó a despertar a principios de agosto del 2010. Y ya los científicos del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian anunciaron preciosas auroras boreales por efecto de una CME de baja intensidad. “Esta erupción es la mayor desde hace bastante tiempo que se dirige directamente hacia la Tierra”, comentaba León Golub, miembro de este equipo. “Es el primer signo de que el Sol está desperezándose y se dirige hacia otro máximo de actividad”, apuntaban estos en su boletín de prensa.

Consecuencias colosales.

Para monitorear las fulguraciones se cuenta con una flota de satélites situados en el espacio vigilando al astro rey. En febrero del 2010 se lanzó la sonda SDO, que toma imágenes cada diez segundos. Ya en 2006 se había puesto en órbita la sonda japonesa Hinode, y el mismo año, la NASA lanzó el par de sondas STEREO. Cada una de estas se situó de manera que al combinar sus fotografías se obtuvieran, por primera vez, imágenes tridimensionales del Sol.

Tanto la ESA como la NASA están investigando con más detalle los posibles efectos de una exposición a la radiación, para diseñar materiales que las frenen o nos protejan. La ESA planea lanzar en 2018 la sonda Solar Orbiter, que se situará a 45 millones de kilómetros de la Tierra, es decir, lo más cerca del Sol que haya estado situada nunca una nave de observación. La NASA, por su parte, desarrolla la nave Solar Probé, que se adentrará en la corona, una de las zonas más calientes y desconocidas del astro. Juntos se trata de crear un aparato internacional de millones de dólares ante una inminente explosión cuyas posibles consecuencias, bien a bien, no han podido ser determinadas con antelación.

¿Cuáles pueden ser las consecuencias? Para empezar, los satélites que no estén preparados no podrán aguantar el chorro de partículas de alta energía. De los miles que hay en órbita (cerca de 8 mil), algunos no funcionarían por las corrientes eléctricas que se generarían por inducción en sus circuitos, o quedarían achicharrados. El chorro también podría penetrar en los vuelos comerciales que viajen a gran altitud, lo que afectaría la salud de los viajeros. También quedaría mermada la capa de ozono, que disminuiría sobre todo en las regiones polares.

Así que no te angusties; las principales agencias espaciales ya trabajan para comprender y paliar los daños que pudiera causar la temida explosión solar.

La Tierra sin escudo.

El campo magnético del planeta se debilita aceleradamente. ¿Provocará esto que perdamos nuestra protección ante el Sol?

Hace cinco décadas, especialistas en geología y oceanografía encontraron señales de magnetización en las rocas del lecho marino. El hallazgo no habría representado mayor novedad si no fuera porque la polaridad de algunas rocas apuntaba hacia el Norte -como las brújulas- y la de otras señalaba hacia el Sur. Tras un considerable número de estudios y análisis, se concluyó que existe la posibilidad de que se inviertan los polos magnéticos de la Tierra, como sucedió hace unos 780 mil años. Este impredecible suceso podría implicar un debilitamiento extremo de la magnetosfera terrestre, ese escudo invisible que protege la Tierra y a sus habitantes del viento y la radiación solares.

Con Norte incierto.

En el centro de la Tierra existe un núcleo sólido de hierro, rodeado por un flujo de hierro líquido. Ambos rotan a diferentes velocidades y este movimiento desacoplado crea corrientes llamadas de convección, que convierten el núcleo terrestre en un gigantesco dinamo, o geodinamo, produciendo el campo magnético que forma la magnetosfera, y da origen a los polos magnéticos terrestres.

Desde hace mucho tiempo la ciencia sabe que el polo norte magnético se mueve. En los últimos 150 años, se ha alejado unos 1,100 kilómetros del Ártico. De hecho, en 2009 se detectó un movimiento hacia Rusia, a una velocidad de casi 64 kilómetros por año y, en África, las brújulas ya se mueven hacia el Sur a razón de casi un grado por década.

Según Joseph Stoner, paleomagnetólogo de la Universidad Estatal de Oregon, la velocidad de desplazamiento del polo magnético se ha incrementado durante el último siglo, en comparación con los 400 años anteriores. Además, en 2003, expertos de la Unión de Geofísicos de Estados Unidos señalaron que el campo magnético de la Tierra se había debilitado entre 10 y 15% en los últimos 150 años. ¿Por qué? Los científicos no lo saben con certeza.


Algo parecido sucedió en 1989 en la ciudad canadiense de Quebec, después de que los científicos detectaron manchas solares que habían crecido desproporcionadamente. Se sucedieron destellos y se detectaron 36 CME, y como consecuencia se produjo una repentina sobrecarga que colapso la red de suministro de energía. Seis millones de personas se quedaron sin electricidad durante horas. “Las brújulas se desviaron varios grados, muchos satélites perdieron altura (hasta 800 metros) y un satélite militar no pudo compensar el efecto y empezó a dar volteretas”, explica Philip Plait, autor del libro Death from the skies (La muerte llega desde el cielo).

En la actualidad, la cantidad de ondas de radio que llegarían a la Tierra sería tal que los radares quedarían inutilizados, y la radio de onda corta dejaría de funcionar por las alteraciones que sufriría la ionosfera. Un informe de la NASA incluso señala que la CME podría ser tan potente que provocaría una tormenta geomagnética que dejaría sin suministro eléctrico a todo Estados Unidos. ¿Realmente hay de qué preocuparse?

Rastrear el origen.

Las manchas solares son zonas más frías de la superficie del Sol, o fotosfera. Esta se encuentra a 6 mil grados centígrados, y las manchas, a varios centenares de grados menos. Son resultado de las tensiones del campo magnético en el interior de la estrella, cuyo núcleo alcanza los 15 millones de grados centígrados. En la parte más exterior hay una zona llamada de convección, que rota a velocidad distinta de la del resto del interior solar. Esta diferencia en la velocidad de rotación genera las mencionadas tensiones en el campo magnético. Este fenómeno se denomina dinamo.

A medida que pasa el tiempo, las turbulencias van en aumento, y las manchas solares se multiplican y lanzan llamaradas de intensidad variable. Así, hasta que el Sol alcanza su máxima actividad. Entonces las fulguraciones y las eyecciones de masa coronal son cada vez más intensas. Es el momento de máximo peligro ya que es cuando hay más posibilidades de que una CME provoque grandes desperfectos en la superficie de nuestro planeta.

“Se produce cuando el campo magnético del gas ionizado expelido por el Sol, que se acerca hacia la Tierra a unos 2 mil 500 kilómetros por segundo, viene alineado con el campo magnético de la Tierra y con el polo opuesto”, explica Luis Sánchez, coordinador de datos científicos de la misión Soho de la Agencia Espacial Europea (ESA). Normalmente, estas ráfagas solares no llegan en esa posición. Sería mucha casualidad, pero es posible. “Cuando el campo magnético proveniente del Sol no está alineado con el de la Tierra, chocan como dos pompas de jabón”, ilustra con esta analogía el experto. “El campo magnético de la Tierra nos protege de estos eventos. Sin él, nuestro planeta sería un lugar yermo golpeado por rayos cósmicos”.

El Sol comenzó a despertar a principios de agosto del 2010. Y ya los científicos del Centro de Astrofísica Harvard-Smithsonian anunciaron preciosas auroras boreales por efecto de una CME de baja intensidad. “Esta erupción es la mayor desde hace bastante tiempo que se dirige directamente hacia la Tierra”, comentaba León Golub, miembro de este equipo. “Es el primer signo de que el Sol está desperezándose y se dirige hacia otro máximo de actividad”, apuntaban estos en su boletín de prensa.

Consecuencias colosales.

Para monitorear las fulguraciones se cuenta con una flota de satélites situados en el espacio vigilando al astro rey. En febrero del 2010 se lanzó la sonda SDO, que toma imágenes cada diez segundos. Ya en 2006 se había puesto en órbita la sonda japonesa Hinode, y el mismo año, la NASA lanzó el par de sondas STEREO. Cada una de estas se situó de manera que al combinar sus fotografías se obtuvieran, por primera vez, imágenes tridimensionales del Sol.

Tanto la ESA como la NASA están investigando con más detalle los posibles efectos de una exposición a la radiación, para diseñar materiales que las frenen o nos protejan. La ESA planea lanzar en 2018 la sonda Solar Orbiter, que se situará a 45 millones de kilómetros de la Tierra, es decir, lo más cerca del Sol que haya estado situada nunca una nave de observación. La NASA, por su parte, desarrolla la nave Solar Probé, que se adentrará en la corona, una de las zonas más calientes y desconocidas del astro. Juntos se trata de crear un aparato internacional de millones de dólares ante una inminente explosión cuyas posibles consecuencias, bien a bien, no han podido ser determinadas con antelación.

¿Cuáles pueden ser las consecuencias? Para empezar, los satélites que no estén preparados no podrán aguantar el chorro de partículas de alta energía. De los miles que hay en órbita (cerca de 8 mil), algunos no funcionarían por las corrientes eléctricas que se generarían por inducción en sus circuitos, o quedarían achicharrados. El chorro también podría penetrar en los vuelos comerciales que viajen a gran altitud, lo que afectaría la salud de los viajeros. También quedaría mermada la capa de ozono, que disminuiría sobre todo en las regiones polares.

Así que no te angusties; las principales agencias espaciales ya trabajan para comprender y paliar los daños que pudiera causar la temida explosión solar.

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